Soraya Cámara, voluntaria de ONAY en El Salvador, a través de la ONGD CORDES nos cuenta su experiencia.
Malos tiempos para la lírica – la crisis desde el otro lado del Atlántico
Hoy no ha sido un día como cualquier otro. He ido a desayunar mis habituales huevos con frijoles y he caminado hasta la oficina después de un intenso fin de semana. Para mi sorpresa faltaba gente en mi departamento, exactamente seis personas. No, no siguen de vacaciones; no, no están de baja; han sido despedidos. Aunque parezca increíble la crisis española cruza fronteras y más aún cuando se trata de un sector como es el de la cooperación. Como pueden imaginarse estoy hablando desde otro país, exactamente desde El Salvador dónde yo, Soraya Cámara, estoy trabajando para una ONG salvadoreña que se nutre fundamentalmente de fondos españoles. Este año ya se están percibiendo las consecuencias de los famosos recortes y hemos tenido que iniciar el nuevo año con un tercio del presupuesto.
Mis sobresaltos matutinos no han quedado ahí: al abrir mi correo electrónico recibo un email desde una de nuestras contrapartes en España que me comunica que el presupuesto de uno de los proyectos, que íbamos a empezar a ejecutar durante este mes, ha sido recortado a la mitad. Este proyecto pretendía instalar paneles solares en las casas de 48 familias que viven en una comunidad apartada a la que hay que llegar caminando por montaña durante dos horas. Su difícil acceso hace que las redes eléctricas queden lejos de su alcance, por lo que su única alternativa para tener luz en los hogares son los paneles solares. Este recorte de presupuesto hace que sólo podamos instalar paneles en 20 de los 48 hogares que se tenían programados. Esta situación nos empuja a tener que realizar una selección de familias beneficiadas, a lo que yo me pregunto, ¿con qué derecho puedo personarme en esa comunidad ha decidir qué familia puede tener acceso o no a la luz?
Cualquiera de los lectores puede decir: bueno, ese tipo de situaciones es lo que se está viviendo en cualquier empresa española… ¡Por supuesto, y no les quito razón! La diferencia es que aquí estamos trabajando con población que ya sufría crisis, pero de esas crisis permanentes que no se mencionan en los medios de comunicación. Tras 25 años de trabajo, ONGs como en la que colaboro se ven forzadas a dejar de asistir a personas que perciben menos de $80 al mes (y en muchos casos incluso menos). Hay que tener en cuenta que en El Salvador alimentar a una familia de cinco miembros cuesta en torno a $120 mensuales, así que empiecen a hacer cuentas…
No escribo este artículo con el afán de realizar comparaciones, conozco de primera mano las dificultades por las que están pasando miles de familias españolas. Mi intención es meramente llamar la atención sobre una población con la que se están consiguiendo importantes avances en términos de su desarrollo, de su formación y sus oportunidades, porque hay que recordar que lo más importante en cooperación no son los proyectos que a veces caen en el asistencialismo, sino el trabajo con la población. Una población que camina, que lucha, que resiste a todos los males que le han caído, que se levanta cada día con una sonrisa y con la energía para comerse el mundo, que desde lo pequeño van poco a poco creciendo y cambiando su mundo. El problema es que a partir de ahora, los recortes van a paralizar el proceso de desarrollo iniciado con ellos y van a menguar sus oportunidades de salir adelante. En vista de que los recursos han disminuido, la ayuda debería continuar y debería centralizarse en capacitar y formar a la población para que puedan seguir organizándose y produciendo sus alternativas de desarrollo.